viernes, 8 de enero de 2010

Para Surfer

Surfer era gigante y negro y marrón
y podía arrancarte un brazo de una sola mordida.
Había pasado casi toda la vida en la calle
y terminó en una perrera.

Les costó trabajo agarrarlo.

Al principio, nadie podía acercarse a él.
Después, de a poco, fue haciéndose amigo de los cuidadores.
Todo estaba bien mientras no tocaran su comida.
Surfer sabía cómo eran las cosas:
Si alguien tocaba algo que realmente querías,
ese alguien tenía que morir.

Las perreras ubican en casas a los perros de la calle
pero ninguna casa tenía lugar para Surfer
porque él sabía demasiado.
Así que decidieron matarlo.

Un día cualquiera le pusieron una inyección
y Surfer dejó el mundo sin que nadie pudiese
tocar su comida.

Dejó el mundo muchísimo más vivo y con más sabiduría
que el boludo que lo inyectó.

Y no creas que nadie lloró por ese perro
gigante y negro y marrón
porque yo lo hice.

Y no creas que no importa
porque sí importa.

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