viernes, 17 de septiembre de 2010

Estigma


Entro a la iglesia

y me quedo un rato

mirando la cruz.


Maravillado.


La historia no puede ser mejor.


Dios nos mandó a su hijo para salvarnos.

Nosotros lo torturamos, lo crucificamos

y se lo mandamos de vuelta.


Sólo nos faltó colgarle un cartel del cuello

(para que el mensaje quedase bien claro).


Un cartel con letras rojas y gigantes que dijera:

Bajá cuando quieras, que para vos también hay.

Todo lo fuerte que puedo


¿Estarás viendo la luz roja que titila

o ya te habrás dormido?


Pienso en la mierda que masticaste.

Pienso en ir a buscarte y llevarte lejos.


No tengo moto. Tampoco necesito una.

Tengo una Loaded con 4 Durian amarillas

y, con sólo una patada, podría estar ahí

antes de que termines de decir paralelepípedo.


¿Escuchás? Soy yo.


Estoy rascando el vidrio de tu ventana

como el nene vampiro de Salem’s Lot.


Dale. Es hora de irnos.


No tengas miedo.

Podés saltar con los ojos cerrados.

Estoy ahí.


Ya sé que los del weather channel

no te avisaron nada

y la tormenta te agarró desprevenida.

No importa.

Vine a buscarte para llevarte conmigo.


Para que demos una vuelta

entre los rayos y los truenos.


Dale. Es hora de irnos.


Me da lo mismo que el cielo

se caiga a pedazos,

que la ciudad se parta en dos,

y que el diablo intente tirarnos

de un manotazo.


Nada va a bajarte de mi tabla.


Y no es porque yo patine bien.


Es porque mientras nos perdemos

en lo negro de la noche

estoy agarrándote fuerte.


Todo lo fuerte que puedo.