miércoles, 2 de noviembre de 2011

Los Titanes


Fotos del Androide,

de la Momia

y de Karadagian.


Estaba también

el juego de mesa.


Mirando a Los Titanes

era un poco más fácil

aguantar los días

de cuando tenía 7 u 8.


Ellos eran mis amigos,

aunque nunca lo supieron.


Ellos me cuidaban.


El ring. Las llaves Nelson.

Los cortitos. Las estrangulaciones.

Las puestas de espaldas.


Golpes. Torceduras.


Saltando de los sillones del living al piso.

Volando de las cuerdas a una lona imaginaria.


Intentaba romperme los huesos,

para que un poco de mi niñez

permaneciera a salvo

de todo lo demás.

viernes, 28 de octubre de 2011

Bailemos

(aunque no sé bailar)


Sí, vamos a hacerlo,

pienso mientras te veo simulando

que bailás en camisón

y sin arreglarte ni un poco.

Como si te estuvieses burlando de todo,

(hasta de vos misma).

No te lo tomás en serio,

porque te sobra

encanto.


Si, quiero que bailemos juntos.

Quiero que nos sacudamos hasta partirnos

y quebrarnos.

y rompernos.

Pienso mientras te espío.


Te movés sobre la cama

siguiendo un ritmo que sólo escuchás vos.

Vas de acá para allá

y dejás todo en blanco y negro.


Ahora sos la femme fatale de algún film

viejo y gastado que sólo proyectaron una vez

en un sótano.

Un film que después prohibieron

porque todos los que estaban ahí sentados

se volaron la cabeza de un tiro al verte.


Sos un poco una mujer

y otro poco

los cerebros de todos los espectadores

desparramados en las butacas.


Sos sangre

en el piso del sótano.


Sangre enfundada en un vestido negro.


Sangre con un poco de carne

que fuma un habano de chocolate,

mientras camina hacia mí.


Te veo venir y tiemblo un poco.


Vos te tropezás pero hacés como que no.

Me mirás fijo y, cuando estás cerca,

me tirás humo de azúcar en la cara.


Una gota de transpiración

me baja por la frente y se me mete en el ojo.

Me arde un poco

pero hago como que no pasa nada.


Bajo la cabeza.


Tu vestido negro tiene un tajo infinito,

como tus piernas dibujadas y largas hasta el cielo.


Quiero comerme las ranas,

los sapos,

los caracoles,

las flores,

las manos

y las plumas de pavo real.


Te miro.

Estoy a punto de morir,

pero no te das cuenta

(o no te importa).


Seguís moviéndote.

Haciéndote la ridícula

Y, así, ridiculizás al mundo.

Y terminás tu habano.

Y terminás conmigo.


Te das vuelta y caminás unos pasos.

Abrís un ropero

más viejo que Cthulhu

y sacás un winco.


Soplás y vuela el polvo.

Me decís que ahí pasó discos el diablo,

cuando festejó su caída.


Me mirás fijo mientras soltás la púa,

que se clava en los surcos del vinilo

y se desliza como tus uñas en mi espalda.


Sí, quiero eso.

Quiero que bailemos juntos.

Quiero que bailemos mucho.

Hasta que la noche se termine.

Hasta que el disco se acabe.


Y quiero que, después,

Sigamos bailando…

sin música,

sin winco,

sin diablo,

sin amor,

sin horas,

sin infierno,

sin despedidas,

sin ropa,

sin miedo,

sin huesos,

sin días,

sin ritmo,

sin contexto,

sin odio,

sin vida,

sin sangre en el sótano,

sin piedad,

sin vuelta atrás,

sin dolor

y sin nada.


Vacíos de todo.

Menos de nosotros.